Gertrudis López de
Avellaneda fue una escritora nacida en Cuba en 1814. Adelantada a su tiempo, llevó
una vida muy alejada de lo que era habitual para las mujeres de su época. Sin
embargo, y precisamente por eso, por salirse de la norma, y aún con todos los
éxitos que cosechó, tuvo que sufrir críticas y discriminación.
Gertrudis emigró con su familia a España
cuando tenía 22 años. Se establecieron en La Coruña, ciudad en la que escribió
sus primeras seis composiciones poéticas. Mantuvo allí una relación amorosa, pero
el noviazgo se rompió porque su novio no consideró oportuno que Gertrudis se
dedicara a escribir poesías. Más tarde fue a vivir a Andalucía publicó versos
en varios periódicos de Cádiz y Sevilla bajo el seudónimo de La Peregrina que le granjearon una gran reputación. A lo largo de su vida
escribiría, aparte de poesía, obras de teatro, algunas de enorme éxito, como Alfonso Munio, y novelas de abierto
feminismo y corte social. En 1845 obtuvo
los dos primeros premios de un certamen poético organizado por el Liceo Artístico y Litertario de Madrid, momento a partir del cual
la Avellaneda figuró entre los escritores de mayor renombre de su época,
convirtiéndose en la mujer más importante de todo
Madrid, después de Isabel II.
Fruto de una relación amorosa con un
poeta, quedó embarazada y fue madre soltera, aunque su hija murió a los siete
meses de edad, sin que su padre quisiera conocerla. Al año de morir su hija, se
casó con el gobernador civil de Madrid, pero éste padecía una terrible
enfermedad y murió al poco tiempo de la boda. Gertrudis, desesperada, se
recluyó y compuso el Manual del cristiano, que supuso el comienzo de una inclinación
hacia la religión que se haría progresivamente más presente en su obra.
Movida por el éxito de sus
producciones y acogida tanto por la crítica literaria como por el público en 1853, a
raíz de la muerte de Juan Nicasio Gallego, su
gran amigo y mentor, presentó su candidatura a la Real Academia Española pero el sillón fue ocupado por un hombre. Los misóginos
académicos de entonces no permitieron que una mujer ocupara una silla reservada
exclusivamente para ellos. No fue hasta 1979 que una mujer, Carmen Conde, pudo entrar a la RAE como académica.
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